Circunstancias personales

No puede ser más sintomático de la situación actual en la Universidad el incremento de una conocida práctica que algunos de los compañeros alumnos ponen en marcha al llegar los exámenes. Se trata de ese momento en el que un alumno reclama al profesor un trato favorable o una indulgencia a título estrictamente individual alegando circunstancias personales. Creo que me habréis oído hablar de esto en clase. La variedad de relatos autobiográficos es sorprendente y no dejo de asombrarme de las peripecias que algunos de vosotros sufrís. Quizá no sean todas ellas falsas, pero a mí cuando me pasan cosas graves lo último que me apetece es ir a contárselas a un señor que me tiene que poner una nota para una asignatura más de la carrera. Lo cierto es que, aunque suene duro decirlo, esa práctica es un germen de corrupción de la vida pública. También lo he dicho muchas veces: olvidamos que la universidad es un lugar donde se “publican” cosas, un lugar de trabajo en el que están vigentes las leyes generales de esa vida pública de la que participamos ya de hecho.

Por ejemplo: muchos no sois conscientes de que al entregar un trabajo copiado podríais ser denunciados por plagio ante la justicia, ya sea por el profesor o por un compañero. Que esos trabajos, como los exámenes, son documentos de carácter vinculante tanto para el profesor como para el alumno y que el docente tiene la obligación de preservarlos durante algún tiempo, o que no puede tirarlos a la papelera sin más porque eso atenta contra la ley de protección de datos. Ese tipo de cosas dan la pista sobre el hecho de que la enseñanza universitaria es también el mundo real; y, aunque las actividades y trabajos sean solo ensayos o prácticas, están vigentes las normas de lo público. Al menos en esa universidad que es de todos y que ahora parece tan amenazada.

En torno a la misma cuestión hay gestos que veo a diario y que revelan que no se ha asumido cierta responsabilidad sobre las tareas administrativas que corrresponden al universitario. Otro ejemplo, todos los cursos tengo no sé cuántos emails preguntando por la fecha del examen. A veces yo tengo que mirarla en la guía académica para recordar cuándo es porque es una convocatoria oficial a la que yo también me atengo como profesor, que consulto en ese documento que todos tenéis. Del mismo modo, yo no estoy al corriente de en qué grupo estáis matriculados en realidad, cuántas convocatorias os quedan o cuál es vuestra situación administrativa con las matrículas. Todo eso no es responsabilidad mía sino vuestra, forma parte de un trabajo añadido al de estudiar, que es ser consciente y participar en una institución pública de enseñanza superior.

Pero el caso de las peticiones de excepción es un gesto especialmente cutre sobre todo porque siempre llega en la fecha del examen o de entrega, nunca se ha planteado con anterioridad para que busquemos soluciones a problemas reales (cosa que siempre ofrezco al principio de curso para antender necesidades especiales). El momento plañidero en el que alguien viene a contarte su vida presupone que las cosas que le pasan  son más dramáticas que las de otros muchos que están alrededor y que han decidido cumplir con sus obligaciones. Las fechas de entrega, los plazos o los métodos de evaluación son reglas de juego comunes que tratan de objetivar algo tan difícil como las competencias y conocimientos de personas en un grupo que, dada la situación actual, cada vez es más numeroso e inmanejable. El profesor, que también tiene circunstancias personales, debe tratar de evaluar en condiciones de igualdad de oportunidades. Esas reclamaciones de pequeños favores, de retrasos en las fechas de entrega, esos intentos de flexibilizar lo que había sido un pacto compartido (además, repito, normalmente a título individual), no hace otra cosa que ignorar el espacio de lo público e ignorar a los que hay alrededor. Es decir, es insolidario y atenta contra la igualdad de oportunidades y en especial contra los derechos de la mayoría silenciosa que ha tenido el pudor de no relatar su caso, sus problemas, y convertirlos en un pequeño y fastidiosos chantaje emocional para el profesor.

Se me ocurre que como legado educativo de la universidad esa higiene ética debería ser algo que aprender en estos años.

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